jueves, enero 27, 2011

martes, enero 18, 2011

Una verde sinrazón


Cabalgaba perdido un soldado sobre la llanura, buscando su campamento, cansado, sudoroso, sucio. Largaba entre la espesura miradas con esperanza y pizca de desaliento, sin encontrar un anuncio, sin señales de progreso, de avanzadas, de más gente. Nada más que verdes pastos, hierbas indómitas, envolventes, sin un sitio donde recargar la vista para no morir mareado.

Caminó el caballo a tientas con el jinete dormido, amarrado a la montura, hasta que en el panorama algo dejó de ser verde.

Venía por un sendero que se dibujaba a sus pasos un extraño de pelo largo, ropas amplias, impecables, de incomprensibles combinaciones. Caminaba despreocupado, atravesando la llanura. Caía de sus manos lluvia, salía luz de su sombrero. De sus extraños zapatos surgía una melodía y andaba con tal firmeza que nunca pisaba el suelo.

El caballo se detuvo a contemplar al extraño cuya facha, sin embargo, le resultó familiar. ¿No era acaso ese errabundo de caminar peregrino el soldado que ahora mismo dormido llevaba a cuestas? Seguro pero, ¿cómo comprobarlo? Sólo sabía que sentía sobre su montura el peso del amo al que obedecía y que, si sabía eso, con eso suficiente le sería.

Distrajo la atención de todos el sonido de un motor. El soldado despertó limpiando de sus pestañas motas de polvo y sudor para mirar, extrañado, cómo de lejos venía un auto rojo que pronto pasaría muy cerca de ellos. También vio el auto el caballo. También lo vio el vagabundo.

Y el soldado, reaccionando, vio también al vagabundo que, de pie, junto al caballo, miraba venir al auto que pronto, rojo, que pronto pasaría muy cerca de ellos.

Tomó el soldado su rifle y se acomodó la espada. Cruzó con su brazo el pecho y a voz en cuello gritó: "¡Forastero! En el nombre de mi general Jiménez, te ordeno que retrocedas y raudo te identifiques".

Volteó a verlo el vagabundo con su mirada radiante. Volteó a verlo un solo instante. Con una fugaz sonrisa dentro de su rara aureola, sin moverse para nada, el extraño dijo: "Hola".

Se acercó por fin el auto deteniéndose junto a ellos. Bajó de él un caballero por demás ceremonioso, en una mano el sombrero, en la otra un portafolios y, a pesar de que en el cielo el sol brillaba con fuerza, el hombre del auto rojo llevaba saco y corbata.

Se acercó y saludó al vago estrechándole la mano. también y de igual manera fue a saludar al soldado. Por no dejar, nunca sabe uno lo que pudiera pasar, saludó el hombre al caballo, porque era un hombre formal.

Dijo que venía de lejos y que aun más lejos iría. Que llevaba mercancía, ropa, cepillos, espejos, comida y medicamentos y que con prisa venía. Mas tuvo la gentileza de repartir su tarjeta al vago y al militar y de acariciar al cuaco, al tiempo de preguntar al amo del animal: "¿Por qué es verde tu caballo?"

No supo qué contestar el soldado, pero no fue necesario. El hombre del portafolios subió a su auto y prosiguió, sin dejar de agitar la mano mientras avanzaba por esa extensa llanura.

"¿Por qué es verde tu sombrero?", preguntó el soldado al vagabundo que, al alejarse el del coche, también continuó su andar.

"Velo bien, verde no es", contestó sin detenerse. "Podrás verlo así si quieres o si buscas escapar de la pregunta que hiciera un hombre que vino un día, pero velo bien, no es verde y si fuera, ¿qué más da?"

Se quedó de nuevo solo el soldado en su caballo, mirando hacia todos lados sin hallar una señal.
Todo verde, cielo y campo, caballo, pasto y sombrero. Se limpió el sudor de nuevo y espoleó al animal para que volviera a andar, de nuevo, con rumbo incierto.

Pensaba, algo fastidiado, que no iba bien, el soldado, que continuaría perdido, que ahora hacía mucho calor, que se sentía muy mareado y cada vez más rendido. Pensaba eso el soldado hasta que se quedó dormido.

Pensaba en tanto el caballo que también el caballero del auto rojo era el mismo que ahora, dormido, iba sujetado a la montura. Extraño era aquel chofer que vestía de traje verde, como extraño era el extraño vago que andaba a pie sin sudar ni acongojarse.

El caballo se sentó. Desamarró la montura y dejó dormido al amo sobre la hierba del campo. Quiso seguir el camino del que no tocaba el suelo pero, para no imitarlo, trotó en sentido contrario.

Decía, mientras se alejaba: "Esfuerzos hay que se arraigan, ideales que se acostumbran, deseos revolucionarios que no abandonan su secta. Pero yo soy un caballo y ahora me estoy dando cuenta. No hay razón y... ¡vaya! La vida no tiene por qué ser perfecta".


(c) Oscar Franco
foto: poesiaeimagen.blogspot.com

martes, enero 04, 2011

De mujeres

(devaneos misogínicos)


Todas las mujeres son iguales

aunque algunas se parecen menos a otras


*

Mientras más conozco a las mujeres más quiero a mi perro...

¡y eso que no tengo perro!



(c) Oscar Franco
foto: paridotas.com

Trauma de Don Juan


Es que soy un majo
es que soy un conquistador
ella se siente bien
y yo
peor.

(c) Oscar Franco