miércoles, julio 08, 2009

La que pega primero




Cayó sobre la alfombra como una pluma, flotando en la inconsciencia.


La que pega primero, pega dos veces.

Mientras flotaba rumbo al piso, como una página que cae, alcanzó a leer en esa hoja blanca aquella frase contundente: la que pega primero, pega dos veces.

Estaba temporalmente fuera de combate.

Llevaba ya veintisiete mujeres en su cuenta.

La policía se rompía la cabeza y no conseguía descifrar el patrón.

¿Qué tenían en común esas veintisiete jóvenes?

¡Todo! Absolutamente todo.

Eran chicas entre diecisiete y veintisiete años.

Había güeritas y morenitas, gorditas y flaquitas, altas y chaparritas, extranjeras y hechas en México, listas y tontas, interesantes y aburridas, ricas y pobres, bonitas y feas... ¿qué tenían en común?

Que eran mujeres. Ésa era la pista.

Lo conoció en un bar y bailó con él. Aceptó que le invitara una cerveza. Y otra cerveza.

Le gustaba ese hombre. Era simpático y ella era tan bella y seductora.

Quienes los vieron enredarse en ese repentino romance seguían con interés cada movimiento.

Iban y venían, se besaban y se separaban un rato para después reencontrarse y encenderse de nuevo y, de paso, prender la excitación en cada mirada curiosa alrededor.

Aquí empezamos a ser demasiados. Es tarde. ¿Cuándo te veré de nuevo, vaquero? ¿Quieres que te acompañé?

Salieron tomados de la mano.

Subieron al auto rojo que estaba cerca de la puerta del bar.

La casa de él estaba más cerca.

De pronto es todavía temprano.

¿Qué tal un cigarro y un trago de tequila? Luego nos vamos.

Todo, todo fue delicioso.

Compartieron la mejor noche de muchas noches.

Rodaron por todos los rincones de esa cama, jugando como gatitos.

Cuando se juntan la vida y el deseo todo es tan maravilloso.

Se sentó en la cama mientras ella dormía.

La miró respirar y admiró su semblante satisfecho.

Se veía tan hermosa.

En fin, una mujer es una mujer, es una mujer, es una mujer.

Se agachó para buscar debajo de la cama pero, ¿dónde está? No entiendo. ¿El martillo?

Ahora que floto y llego al piso, con tanta lentitud, con tanta suavidad, entiendo todo.

Pero ya no importa.

Pronto esa inconsciencia se convertirá en absoluto silencio.

El segundo fue definitivo.

No acostumbraban ir a ese bar, ninguno de los dos.

Ni quien se acuerde de ellos.

La curiosidad y el deseo duran lo que un tarro de cerveza.

Hombre por hombre, dijo ella, hasta que termine esa masacre.

Ahí lo dejó, tendido, horrorizada, mejor ya no, ya no.

Esto no vale la pena. El odio no tiene por qué contagiarse. Ya no. Ya no.

Salió en medio de la noche.

Se fue temblando y nunca dijo nada.

Nadie descifró el patrón.

Ni siquiera ella y nadie lo conocerá.

¡Qué casualidad! ¡A la primera!

Y ni ella lo supo.

No vale la pena.


© Oscar Franco

4 comentarios:

  1. Uy ¿eso sucedió en tu bar?

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  2. No. Ni conozco a los personajes. Es una historia que salió chorreando de mi pluma.

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  3. Algo así me pasó con Matilde y Erásmo.

    Mágica ésa tu pluma.

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  4. Tu Erasmo J. me pega.
    ¿Por qué? ¿No sé?
    ¿Dónde? No sé.
    Es poesía
    (y uno elige ser el gato blanco).
    Me pega. Me encanta. Me pega.
    ¡Esas plumas mágicas!

    (¿Caben mis barbas en tu peluda pócima? Están bajo la ventana, en la cornisa. A un lado, mirando a la izquierda.
    ¡No le atiné!)

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