lunes, noviembre 12, 2012

Bitácora de viaje, enero 26 y 27, 2000





-Enero 26, 2000-
Hace 35 años y cuatro días que estoy en este extraño planeta. Estoy recopilando mis notas, registradas desde entonces.
-El Navegante-


-Enero 27, 2000-
Desde el tren anaranjado.
Todo en este planeta requiere de la sintonía adecuada. Todo depende de la actitud que uno asuma. El humano promedio carga con una tremenda cantidad de culpa. Se torna agresivo. Cuaja de violencia su mundo.
Si uno insiste en observar esa violencia, la vida se hace pesada, gris, intolerable. Nos inunda el miedo. Luego ese miedo trae desconfianza. La desconfianza se torna agresión. El humano es muy dado a caer víctima de su propia invención: una sociedad violenta, grosera, agresiva. Su religión, al menos la que predomina en el hemisferio occidental, promueve el complejo de culpa. Mas, como en lo referente a la economía y la política, el que dicta las reglas planetarias y pone el ritmo del baile se localiza sobre dicho hemisferio, el mal está ya extendido sobre el mundo entero. El pretexto se llama ahora “globalización”. Alguna vez se llamó “colonización”, “imperialismo”, “moda”, “comercio”.
Aparte, es interesante observar la conducta del humano dentro del tren anaranjado. La mayoría de ellos entra corriendo para ocupar un asiento a toda costa. Cualquiera que vea esto pensaría que su viaje durará más de cinco horas. Es como en el “juego de las sillas”, ése donde, cuando la música se detiene, todos se avientan sin más miramientos para no quedarse sin lugar. En el juego siempre sucede que algunos tienen la ansiedad de sentarse ya o que van girando una silla apartándola de antemano, contra lo que dictan las reglas del fair play. Del mismo modo, en el tren la gente la gente aún no aborda y ya está devorando los asientos con la mirada.
Hay un letrerito sobre cada puerta del tren. Dice, “Antes de entrar deje salir”. Es extraño que pongan un letrero como ése en un país donde el 97% de la sobrepoblación no sabe leer y así lo demuestra.
Se abren las puertas y la turba entra como una manada de borregos, ignorando a quienes desean bajar en esa estación. La cosa se complica, porque de los que están adentro, los que se encuentran junto a la puerta no son precisamente los que ya van a bajar. Además, los que abordan primero lo hacen lenta y tímidamente y enseguida se quedan estacionados también en la puerta, olvidando de golpe que había muchas personas más tratando de entrar también. De hecho, no sólo olvidan que no son los únicos, sino que al parecer su miedo a que no podrán descender nunca jamás activa un mecanismo de defensa que consiste en hincharse hasta aparentar tres veces su propio volumen. Y no sólo eso. Para culminar la locura, dando claras muestras de su muy reciente pasado entre las fuerzas básicas de los antropoides, casi todos se pescan de un tubo y a él se aferran sin necesidad, pues el tren todavía está detenido (menos mal que esta especie ya no tiene cola, como otros monos). En realidad no lo hacen porque sientan que se van a caer, como si el tren estuviera agitándose sobre el mar picado. Lo hacen para aparentar que aquí ya no cabe nadie más que ellos, que apenas si lograron encontrar el último reducto. ¡Como si no hubiéramos visto que bajaron más de diez personas! ¿Cómo es que sólo han entrado cuatro de repuesto y ya se llenó?
El tren anaranjado es todo un baile de torpezas y egoísmos.
-El Navegante-

© Oscar Franco

foto: Organización Editorial Mexicana

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