
caen los párpados,
quedan cerrados.
© Oscar Franco
foto: Nubi
Dura pedrada en contra de mí mismo
volver a comenzar me descompone
la lluvia es un remiendo en mi paisaje
es mío morir de frío
contravengo
perdido
delirante
sin salida
ahogándome en mi propio laberinto
escuela de domingo
traidor empujón que me avienta al abismo
a plena luz del día soy ultraje
tu boca me detiene
salto al cielo
entiendo que no está bien lo que ahora hago
y voy de nuevo
siempre voy de nuevo
no me sueltes
no me dejes ganar
si vivo pierdo
lacero mis pasos en retrospectiva
no lo sé
no atino a comprender qué estoy soñando
tampoco tú
lo sabe casi nadie
si es que alguien
sí
te escucho
léeme
agridulce merengue de la frustración
eres el callejón que no he tomado
para llegar llorando al otro lado
donde está la verdad
dónde está la verdad
lo sabe nadie
sí
si mal
si roto
sí
si en el trance indiferente
suspiro
siento
suspiro tuyo que aún intento
beber a lentos sorbos de granate
quiero calma y aparecen
enormidades flamantes
no me sueltas
pan de nostalgia
de poco me consuela
duele, duele
beso de sidra
dardo que tragué confiado
lira
pira para el más pirado
sable
esto duele, entiendes
duele
puntiagudo acero venerado
que me escuece la cañada
bobo ensoberbecido
sabido debí decir
no subido
atado de pies y ganas
pellizco por la espalda
tiburón de metal
un diablo y numerosa comitiva
desatadas manzanas
flores en la escalera
de postre flan con sal
nieve
si ausente
si contigo
duele
ventana abierta bajo lluvia
bajo cero
bajo y no estás
te como y no te veo
y como no te veo me subo
no supo
sólo siento
contra mi voluntad
reptando por tus piernas
mi mirada
araña sin balcón
producto de mi congoja suicida
me miras, me detengo
aúllo
giro
solución de alcatraz ineludible
ahuyento la paz que quiero
pedimos fuego
a qué hora
no recuerdo
tampoco tú
si supiera
resbalo
por la curva de tu pecho y caigo
para dentro y para fuera
redondo
si te escucho no duermo y más me aviento
si ya muerto al llegar
si ayer
si roto
besado por error
vacilo
pido
manifiesto mi brusco desparpajo
mala idea
no colindo
me mutilo
nombre de un perro
por qué lo haces
nos malacostumbré
mordisco que empapela
tus ojos me sostienen
momento
no me sueltas
me miras
me detengo
no me sueltes
sí
te escucho
si te escucho no duermo
espanto a la paz que quiero
léeme
vuelve a leer
salto al cielo
cada sentido me duele
con tanta intensidad
que a bebida ligera
me sabe probar la muerte
te siento
te escucho
duele
te miro
y aquí me quedo
y pienso
eso es lo peor
de fuego son las ideas
y duelen
la vida duele
entiendes
duelo
fina agonía
me enredo
nombre de un perro
no hombre
nombre de un perro
duele
© Oscar Franco
Se sentó en medio de la nada, mirando a los árboles, piedras y arbustos que se congregaron a su alrededor. Esperaba que hubiera también algún semejante más semejante que aquellos seres, pero en ese momento ni siquiera parecía haber arañas o cualquier insecto. Era un maestro sin alumnos. Había llegado temprano al bosque para instruir a tres supuestos aprendices que le pedían su ayuda para alcanzar el conocimiento. Dijo que los vería en ese lugar a las nueve de la mañana. Ya eran las nueve y cuarto y nadie llegaba. Pensó que quizá debería comenzar a transmitir sus enseñanzas a quien estuviera ahí ya, puesto que ya pasaba de la hora acordada para comenzar, aunque sólo hubiera árboles, piedras y arbustos, además de algunos insectos escondidos.
¿Qué conocimientos necesitarían recibir esas piedras y plantas de boca de aquel maestro? No halló en su cabeza un buen inicio. Antes bien, sintió que no deseaba hablar. A pesar de los años que tenía como mago y como sabio, conocedor de los secretos del mundo, aún podía decepcionarse ante la impuntualidad de quienes decían que deseaban ser sus discípulos.
Quiso hablar para esa naturaleza ante la que se encontraba, sin embargo, tuvo que admitir que no los percibía como aprendices. Esas plantas y piedras se comportaban como si él no fuera un maestro iluminado sino, tan sólo, un ser más de los que habitan el mundo. No es que no quisieran escucharlo, era que no parecía que tuvieran que hacerlo.
¿Para qué quiere un maestro propagar sus enseñanzas? ¿No será sólo para que de ese modo reafirme su título de maestro? ¿Y cuánto tiempo tendría que estar al frente de sus aprendices?
El maestro ni siquiera decidió no hablar, simplemente no habló. Permaneció en silencio, como los árboles y las piedras que se encontraban en torno a él. Dejó que ese silencio entrara también en su cabeza. No pensó más en los alumnos que nunca llegaron. No se hizo más preguntas. Dejó, incluso, de pensar que él era un maestro. Se quedó callado, mirando al mundo tal como era cuando en ese bosque no había maestros hablando con alumnos.
Se movió una hoja en el suelo. Debajo de ella apareció un caracol. Vio también un flaco insecto anaranjado caminar por una rama y detenerse en la punta.
Al cabo de un rato, no se sintió más como un maestro ni como un individuo. Pasó a ser otro elemento de ese bosque. Se fundió con el paisaje. No había más.
Y no había nada que decir ni qué enseñar. Si acaso por aprender todavía. El conocimiento sólo podía ser de quién estuviera listo para aprovecharlo.
A media tarde el maestro se levantó. Con una leve inclinación de cabeza y un ligero murmullo, agradeció al bosque, a las piedras y plantas y a los insectos y aves que se presentaron durante ese lapso el haber compartido con él su espacio, su tiempo y su modo de saber. El maestro había aprendido otro tanto sobre el universo o, al menos, había reafirmado un conocimiento.
Se alejó caminando por el mismo sendero que había llegado.
El bosque continuó con sus asuntos.
© Oscar Franco
Foto: Lorena Dos Santos Cuevas