lunes, octubre 04, 2010

En el bosque











Se sentó en medio de la nada, mirando a los árboles, piedras y arbustos que se congregaron a su alrededor. Esperaba que hubiera también algún semejante más semejante que aquellos seres, pero en ese momento ni siquiera parecía haber arañas o cualquier insecto. Era un maestro sin alumnos. Había llegado temprano al bosque para instruir a tres supuestos aprendices que le pedían su ayuda para alcanzar el conocimiento. Dijo que los vería en ese lugar a las nueve de la mañana. Ya eran las nueve y cuarto y nadie llegaba. Pensó que quizá debería comenzar a transmitir sus enseñanzas a quien estuviera ahí ya, puesto que ya pasaba de la hora acordada para comenzar, aunque sólo hubiera árboles, piedras y arbustos, además de algunos insectos escondidos.

¿Qué conocimientos necesitarían recibir esas piedras y plantas de boca de aquel maestro? No halló en su cabeza un buen inicio. Antes bien, sintió que no deseaba hablar. A pesar de los años que tenía como mago y como sabio, conocedor de los secretos del mundo, aún podía decepcionarse ante la impuntualidad de quienes decían que deseaban ser sus discípulos.

Quiso hablar para esa naturaleza ante la que se encontraba, sin embargo, tuvo que admitir que no los percibía como aprendices. Esas plantas y piedras se comportaban como si él no fuera un maestro iluminado sino, tan sólo, un ser más de los que habitan el mundo. No es que no quisieran escucharlo, era que no parecía que tuvieran que hacerlo.

¿Para qué quiere un maestro propagar sus enseñanzas? ¿No será sólo para que de ese modo reafirme su título de maestro? ¿Y cuánto tiempo tendría que estar al frente de sus aprendices?

El maestro ni siquiera decidió no hablar, simplemente no habló. Permaneció en silencio, como los árboles y las piedras que se encontraban en torno a él. Dejó que ese silencio entrara también en su cabeza. No pensó más en los alumnos que nunca llegaron. No se hizo más preguntas. Dejó, incluso, de pensar que él era un maestro. Se quedó callado, mirando al mundo tal como era cuando en ese bosque no había maestros hablando con alumnos.

Se movió una hoja en el suelo. Debajo de ella apareció un caracol. Vio también un flaco insecto anaranjado caminar por una rama y detenerse en la punta.

Al cabo de un rato, no se sintió más como un maestro ni como un individuo. Pasó a ser otro elemento de ese bosque. Se fundió con el paisaje. No había más.

Y no había nada que decir ni qué enseñar. Si acaso por aprender todavía. El conocimiento sólo podía ser de quién estuviera listo para aprovecharlo.

A media tarde el maestro se levantó. Con una leve inclinación de cabeza y un ligero murmullo, agradeció al bosque, a las piedras y plantas y a los insectos y aves que se presentaron durante ese lapso el haber compartido con él su espacio, su tiempo y su modo de saber. El maestro había aprendido otro tanto sobre el universo o, al menos, había reafirmado un conocimiento.

Se alejó caminando por el mismo sendero que había llegado.

El bosque continuó con sus asuntos.


© Oscar Franco

Foto: Lorena Dos Santos Cuevas

5 comentarios:

  1. ¿Sabes?, hace dos días E y yo planeamos ir al bosque. No fuimos. Ahora me doy cuenta del error. Gracias, maestro.

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  2. Te diré que cuando visualicé a ese maestro se parecía más bien a una chica, rata de madera, pastora de gatos, poeta y mística que ahora vive en una casa verde en San Cristóbal.

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  3. jjjjjjjj tú siempre...

    Por cierto, ¿viste Nocturna? A propósito del pastor de gatos.

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  4. !!!!!
    No, no vi Nocturna ni sabía que también ahí hubiera un pastor de gatos.
    De pronto sé más cosas.

    y releo tu Pastor de gatos.

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  5. Y como no aprender de la naturaleza y apartarte de la enajenación de nuestros tiempos...

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