sábado, diciembre 11, 2010

Tenía piernas

Tenía piernas, tremendo, delicioso, insoportable semejante par de piernas. Yo desde oscuramente iluminadas entrañas de la tierra recorría con la mirada, con la lengua de la mirada, cada microscópico espacio de esas más que perfectas piernas, recorriéndolas de arriba abajo, de abajo a arriba, arriba, arriba.

Desde las soleadas nuncamente entrañas populosas de la tierra, deseando que tanta gente de pronto se evaporara, anhelando que ese dulce de cruda piel se aproximara y pasear por esas piernas una roja, húmeda lengua, como un niño poseído por el demoniaco impulso incontenible de chupar una paleta. Deseaba que ella fuera una paleta y que un alma bondadosa me la obsequiara. Deseaba lamer la miel de esa mujer de primavera sabiendo que un manjar así jamás me empalagaría.


No era yo todo, era mi mente la única que gozaba. Mis sentidos no obtenían ni un poco de satisfacción pues, lamiendo una ilusión, de nada se nutrían. Porque las niñas más bellas no pertenecen a nadie y si te acercas a ellas se deshacen en el aire. Y los cuadrados bloques de piedra, ¿por qué tienen ellos ombligos? Tantos ombligos. ¡Cómo me escrutan los ojos que cerca me ven pasar! No quiero ser una máscara, no quiero ser uno más. Tampoco quiero, ¡qué diablos!, tener que decir palabras, dejar que transcurra el tiempo, que ella me califique y se forme una opinión. No quiero que diga “puedes”. No quiero una decisión. No quiero ver si es posible ni conversar todo el día haciendo una ronda inútil, un cortejo de impaciencia que aniquile este deseo tan puro.


Sólo quiero, ¡qué difícil!, besarla porque son sus piernas una paleta candente que desata mi pasión. Comerla como a una paleta helada con venas de sangre ardiente que bien palpita, quema la mente y que abrasa la razón. Que abrace al corazón al no soportar más tiempo impasibles mis papilas, corriendo sobre su piel desnuda y voltear el tiempo entero como si fuera un calcetín, al comenzar por el postre, para conocernos luego, antes de emitir sonidos que no sean los del placer. Ya vendrán después los nombres, escolaridad, trabajo, nacionalidad, estado civil, servicio militar y toda esa serie de absurda presentación.


Se desplaza el vagón siniestro trastrocador de naturalezas por las oscuramente iluminadas entrañas de una ciudad. Con el corren emociones, esperanzas, fantasías, sus piernas y tantos días que no pienso anexar al vasto calendario de mi existencia y no pediré clemencia, no ni fingiré demencia. No voy a acercarme yo a registrar mi paciencia en una página larga de su futuro cercano. No perderé la cabeza, no me arrastraré como un cachorro a darle una probadita a esa fruta que, creo, todos queremos tomar.


Y no he de dejar de hacerlo por miedo al rechazo ignorante o al ridículo insensato, sino porque no me sabe tener que inventarme un rato que definitivamente no existe en este lugar.

Así que desapareció, sin sospechar ni siquiera el deseo que en mi prendió, más que de lamer sus piernas, de que este mundo sin lógica y plagado de prejuicios no fuera tal como es.

Así que desapareció y ella, ¡tenía piernas! Un tremendo par de piernas. Dos pilares incandescentes que aunque se hincan decentes no serán tan inocentes como querrá suponer el espíritu que las anima.


Pero desapareció entre una estación y la otra, fabuloso par de piernas que la lengua fantasiosa de mi vista disfrutó.

© Oscar Franco
foto: uimPi.net

No hay comentarios:

Publicar un comentario