sábado, abril 04, 2009

Primavera-Verano

(Marzo 2, 2001)


“Tengo un reloj de treinta horas,

se pone en marcha al decidir...”

(Nacha Pop)


Así pues, se decidió que cada quien pusiera su reloj a la hora que se le antojara.

El emperador de Belicuacento, Vivolpi, pugnaba por mantenerse al mismo horario que tenían los países más extranjeros, con evidentes fines prácticos a nivel global para las relaciones interplanetarias. Pero el monarca de la Confederación Metaforopolitana, el rey Andremanué el Tabaqueño, insistía en que debía preguntar a sus súbditos la hora que a ellos les parecía bien que tuviera Metaforópolis, sin importar que la población predominante fueran los emelandeses, los cuales, es bien sabido, excepto por ellos mismos, no suelen estar en y no saben lo que quieren ni para qué lo quieren.

Pasando por alto este punto y otros de suma importancia, Andremanué el Tabaqueño convocó a los súbditos metaforopolitanos a votar por el horario que querían. Prácticamente había dos opciones: el de verano y el de invierno. Sin embargo, el 98% de la población cayó en el renglón que dice “no sabe o no contesta”. Del 2% restante, hubo respuestas muy variadas. Entre lo que la población puesta a elegir tuvo a bien manifestar resaltaron respuestas como: “Quiero el horario de primavera-verano”; “prefiero el de otoño-invierno”; “Yo quisiera el mismo horario de Numérida, para que cuando le hable por teléfono a mi mare ella esté despierta, igual que yo”; “Yo deseo que ahora el sol mejor salga en las noches, porque en la tarde hace mucho calor”; “A mí me gustaría que siempre fuera domingo”; “Quiero que sea el horario sólo entre las nueve de la noche y las cinco de la mañana. O sea, que de las cinco de la mañana se pase a las nueve de la noche, excepto los sábados y los domingos, que no hay que trabajar”; y varias otras respuestas que conservaban la misma esencia idiosincrásica.

La sensatez aconsejaba no tomar en cuenta dicha encuesta, anular la toma de parecer y decretar que el 2% no era representativo y por lo mismo, y porque además había que reconocer que la consulta no fue una buena idea, Metaforópolis se sujetaba al sistema intergaláctico de horarios.

Ah, pero el rey Andremanué el Tabaqueño no era más sensato que justo. Él había dicho, “primero los pobres” y así fueran pobres de espíritu, de ideas, de ánimo o de cualquier otra cualidad, sólo ellos opinaron cuando se les permitió y lo justo era cumplirles. De modo que ese año, el 2001, todo el Planeta Mundo se rigió por los horarios establecidos a nivel global, excepto Metaforópolis, la ciudad muy grande del universo, donde cada quien puso su reloj a la hora que mejor le pareció.

No hubo mayor problema, en realidad. El resto del planeta, para no entrar en conflicto con sus sistemas, simplemente interrumpió sus relaciones comerciales, sus comunicaciones y sus conexiones de transportación con Metaforópolis durante el tiempo que ésta mantuvo su propio horario de primavera-verano. En otras palabras, para el resto del mundo Metaforópolis no existió durante varias lunas. Es por eso que no hubo mayor confusión en cuestión de vuelos, envíos o transmisiones satelitales.

Dos años más tarde y fiel a su promesa de tomar parecer a sus necios súbditos, el rey Andremanué el Tabaqueño realizó una nueva encuesta para ver si su pueblo deseaba seguir bajo su prudente mandato.

Una vez más, sólo el 2% de los entusiastas metaforopolitanos acudió a la convocatoria. Básicamente la pregunta del rey Andremanué era: “¿Deseas, oh súbdito mío, que continúe yo en el trono de Metaforópolis, sí o no?”.

Sin embargo, los ciudadanos de la surrealista ciudad muy grande del universo respondieron cosas tales como: “Yo quisiera que ahora nos gobernara un famoso comediante”; “Yo preferiría a una guapa conductora de televisión, Reboca de la Mañana, por ejemplo”; “A mí me gustaría que vuelva al trono el rey Orejillo Ponce de Cañón o el rey Orejarlos Sardinas, ya que ellos no fueron suficientemente crueles”; “Que vuelva Espiritosa Viñarreal al trono”; “Yo quisiera que ahora nos gobernara una vaca, como dicen que hacen en la lejana tierra del Indiostán”...

Una vez más, el rey Andremanué el Tabaqueño, aunque desconcertado, quiso ser justo y, mientras se rascaba la cabeza y pensaba si sería una fatal verdad aquello de que cada pueblo tiene el gobierno que se merece, entregaba su cetro a un viejo conocido de los metaforopolitanos, el rey Orejarlos Sardinas, de la mollera reluciente, quien esbozando una mefistofélica sonrisa había retornado de lejanas y verdes tierras para dirigir los destinos de la gran Metaforópolis, la ciudad muy grande del universo.


© Oscar Franco

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